viernes, 11 de enero de 2013
jueves, 10 de enero de 2013
LA CUARTA PÁGINA
Nos hurgan los higadillos. Sin anestesia
La sociedad, dice José K., vive en un paralizante estado de catalepsia, consciente del insufrible dolor pero incapaz de moverse. Somos como enfermos a los que se van arrancando poco a poco sus derechos
EVA VÁZQUEZ
José K. duerme mal últimamente. Se despierta con la sensación de haber tenido unas pesadillas terribles. Empapado en un reconocible sudor frío, se enrolla la manta alrededor de su ya magro cuerpecillo y corre —es un decir— a hacerse un cafetito en el infiernillo. Amanece por el ventanuco de la cocina y nuestro hombre da por acabada la noche —y el sueño— que para sufrir, mejor se hace bien despierto y con la cabeza lo suficientemente despejada para hacer frente a esa maldad ignota, viscosa y repugnante que le ha despertado con un zarpazo de terror y el corazón en aceleración desbocada.
¿Ignota? Quizá no lo sea tanto, va recordando de a poco José K. cuando ya se ha aseado en el barreño de zinc que tiene encima de la taza del inodoro, e incluso se ha afeitado —hoy tocaba— con la cuchilla de siempre que ha vuelto a guardar en el sobrecillo. Si uno se fija bien, esa maldad es muy reconocible, e incluso debe de tener nombre y apellidos. Lo que pasa es que el velo del duermevela apenas le deja apreciar los perfiles definidos de los protagonistas del pánico que sabe —eso sí que lo recuerda con manifiesta y absoluta claridad— que le han llevado a salir del sueño como si fuera la estampida feliz de un negro túnel en el que no se vislumbraba salida. Súbito destello de una luz cegadora y ya: José K. está fuera y libre.
Explica que es una sensación muy próxima a la catalepsia. Él está durmiendo pero la gente habla y actúa a su alrededor como si él ya estuviera muerto. A veces, demasiadas, es aún peor, y le ocurre como en esas películas aterradoras en las que unos médicos sajan, hurgan y manosean los intestinos, el hígado y el bazo al desventurado protagonista, en la creencia de que ha funcionado la anestesia mientras los dolores del paciente se hacen inhumanos. Piensa, mientras pasea, que ambas cosas son baratas, y así llega hasta el parque, que tanto cortadito le castigaba la pensión en exceso, a ver palomas y niños, si bien no sabe qué le importuna más, si los pequeños gritones o las gordas aves.
Bien pensado, se dice José K., es lo que le ocurre a la sociedad. Estamos todos en un estado de catatonia, manifestándonos —unos cuantos— o gritando por nuestros derechos —otros pocos— mientras la sociedad y los dirigentes de esa sociedad, sobre todo los dirigentes, ni oyen las protestas ni ven las concentraciones de gentes hartas y desesperadas. Paralizados y aterrados, asistimos sin poder mover la mano, hurtar el torso o levantar la voz ante los desmanes que nos infringen desde demasiados sitios. Los ciudadanos somos ese enfermo en la mesa de operaciones que va viendo cómo poco a poco le arrancan uno a uno los derechos que han costado décadas adquirir, que observa cómo le van faltando razones para vivir, sus hijos con dificultades para pagar los estudios, él mismo sin futuro laboral alguno y un subsidio de paro que pronto se acabará, desahuciados de una casa modesta, sin asistencia social, condenados a regresar a la pobreza del extrarradio, de donde salieron con tantos y tantos esfuerzos, y que dentro de muy poco volverá a convertirse, otra vez, en el barrio de mugre y miseria que era en los años cincuenta.
Hay quien dice que el mismo efecto lo producen las flechas con curare, pero vaya usted a encontrar curare en alguna farmacia, que le cobrarán la hijuela, entre recetas y otros gastos suntuosos. Dejémoslo en catalepsia, si bien dentro de muy poco, quizá cuando usted esté leyendo estas letras, tampoco se podrá tratar por la Seguridad Social, aunque esa sanidad privada que tan brillantemente están organizando para todos nosotros esas almas misericordiosas que son los dirigentes del PP, seguro que lo cubrirá mucho mejor. Y más eficiente, dónde va a parar, sea el concepto de eficiencia lo que usted quiera adjudicarle al concepto de eficiencia.
Tiene además este cruel padecimiento un mal añadido que afecta al noble sentido de la visión. José K. ha experimentado en pellejo propio las consecuencias de tales alifafes. Se pierden los contornos, una bruma constante envuelve el objeto de la mirada y se desdibujan las siluetas. Así, por ejemplo, esta singular enfermedad logra que tenga la cara de Mariano Rajoy, más o menos, un señor que dice y hace hoy exactamente lo contrario de lo que dijo que iba a hacer sin que la vergüenza o el decoro hagan mella en su empedrado decir. Como tampoco puede ser cierto que sean el mismo señor aquel que fue ministro y nombró presidente de Telefónica a César Alierta y que ahora César Alierta le adjudica chollo y pasta, precisamente cuando el gran genio económico está siendo investigado en la Audiencia Nacional por haber logrado hundir, cuánto mérito, una entidad financiera de primer orden. Nunca teme Rato esa bola que tropieza en la red. Siempre, absolutamente siempre, cae en el otro lado.
Por no hablar, levanta la voz nuestro catatónico con cataratas, de que hace poco ha visto a un elegante caballero de poderoso mentón en una cara de hormigón armado, tan parecido a Artur Mas, que ahora, virgen santa, quiere hacer creer al respetable su amor por los desfavorecidos, apóstol seráfico de un proyecto social, hermano siamés de otro proyecto nacional parido a golpe de coimas y cercenamiento de derechos, ya ven, sociales. ¿Y hay oposición a todo esto, se pregunta? Rara, se contesta, que el mal también produce alucinaciones. Porque a un señor que se asemeja mucho a Alfredo Pérez Rubalcaba se le van difuminando los rasgos, como ocurre con los barrocos palacios de la siciliana Noto. Mientras, se aparece por detrás del proscenio un señor con blusón de mielero y cayado que proclama su absoluta fidelidad a ciertos libros sagrados del siglo XIX. ¿Y es posible, añade finalmente José K. ya animado cual si se hubiera trincado varias copas de cazalla, que no podamos meter en la coctelera de temas a tratar en los próximos años, ese de si queremos optar entre una república o seguir con este juego de tronos que estos días ha supurado toneladas de apestoso almíbar para intentar tapar con una mantita el gigantesco volumen de la montaña?
¿Solución? ¿Remedio? ¿Pócima salvadora? A José K., ya a parque abierto, olvidados los terrores nocturnos, no le arredran estas enfermedades difusas, y opta por la vía del raciocinio: ¡Más política!, grita. ¡Más política!, repite. Hay que despertar, aunque haya que pincharse con un tenedor de trinchar asados. Porque el camino que llevamos de desafección ciudadana, véanse las encuestas del CIS, animado por los falsos progresistas que tanto abominan de la política, nos va a llevar, irremisiblemente, a las fauces de la extrema derecha, aquella que en estas tierras parieron Onésimo Redondo y José Antonio y bendijeron al alimón un Ejército golpista y la Iglesia fanática y reaccionaria. Hoy, por lo pronto, una derecha insaciable nos arrastra a golpe de ignominia a las servidumbres y miserias anteriores al Estado de bienestar, concepto deleznable este que tratan de sepultar bajo toneladas de desvergüenza.
Corre por ahí una larga cita, adjudicada a Bertolt Brecht, aunque José K. no puede certificar autoría. Dice así: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
José K., más entonado tras estos chutes de adrenalina, aprovecha los últimos rayos de sol, todavía gratis, mientras se reafirma, una vez más, en la divisa de su acreditada ganadería: elogio del panfleto y reivindicación de la demagogia.
LA CUARTA PÁGINA
Nos hurgan los higadillos. Sin anestesia
La sociedad, dice José K., vive en un paralizante estado de catalepsia, consciente del insufrible dolor pero incapaz de moverse. Somos como enfermos a los que se van arrancando poco a poco sus derechos

EVA VÁZQUEZ
José K. duerme mal últimamente. Se despierta con la sensación de haber tenido unas pesadillas terribles. Empapado en un reconocible sudor frío, se enrolla la manta alrededor de su ya magro cuerpecillo y corre —es un decir— a hacerse un cafetito en el infiernillo. Amanece por el ventanuco de la cocina y nuestro hombre da por acabada la noche —y el sueño— que para sufrir, mejor se hace bien despierto y con la cabeza lo suficientemente despejada para hacer frente a esa maldad ignota, viscosa y repugnante que le ha despertado con un zarpazo de terror y el corazón en aceleración desbocada.
¿Ignota? Quizá no lo sea tanto, va recordando de a poco José K. cuando ya se ha aseado en el barreño de zinc que tiene encima de la taza del inodoro, e incluso se ha afeitado —hoy tocaba— con la cuchilla de siempre que ha vuelto a guardar en el sobrecillo. Si uno se fija bien, esa maldad es muy reconocible, e incluso debe de tener nombre y apellidos. Lo que pasa es que el velo del duermevela apenas le deja apreciar los perfiles definidos de los protagonistas del pánico que sabe —eso sí que lo recuerda con manifiesta y absoluta claridad— que le han llevado a salir del sueño como si fuera la estampida feliz de un negro túnel en el que no se vislumbraba salida. Súbito destello de una luz cegadora y ya: José K. está fuera y libre.
Explica que es una sensación muy próxima a la catalepsia. Él está durmiendo pero la gente habla y actúa a su alrededor como si él ya estuviera muerto. A veces, demasiadas, es aún peor, y le ocurre como en esas películas aterradoras en las que unos médicos sajan, hurgan y manosean los intestinos, el hígado y el bazo al desventurado protagonista, en la creencia de que ha funcionado la anestesia mientras los dolores del paciente se hacen inhumanos. Piensa, mientras pasea, que ambas cosas son baratas, y así llega hasta el parque, que tanto cortadito le castigaba la pensión en exceso, a ver palomas y niños, si bien no sabe qué le importuna más, si los pequeños gritones o las gordas aves.
Bien pensado, se dice José K., es lo que le ocurre a la sociedad. Estamos todos en un estado de catatonia, manifestándonos —unos cuantos— o gritando por nuestros derechos —otros pocos— mientras la sociedad y los dirigentes de esa sociedad, sobre todo los dirigentes, ni oyen las protestas ni ven las concentraciones de gentes hartas y desesperadas. Paralizados y aterrados, asistimos sin poder mover la mano, hurtar el torso o levantar la voz ante los desmanes que nos infringen desde demasiados sitios. Los ciudadanos somos ese enfermo en la mesa de operaciones que va viendo cómo poco a poco le arrancan uno a uno los derechos que han costado décadas adquirir, que observa cómo le van faltando razones para vivir, sus hijos con dificultades para pagar los estudios, él mismo sin futuro laboral alguno y un subsidio de paro que pronto se acabará, desahuciados de una casa modesta, sin asistencia social, condenados a regresar a la pobreza del extrarradio, de donde salieron con tantos y tantos esfuerzos, y que dentro de muy poco volverá a convertirse, otra vez, en el barrio de mugre y miseria que era en los años cincuenta.
Hay quien dice que el mismo efecto lo producen las flechas con curare, pero vaya usted a encontrar curare en alguna farmacia, que le cobrarán la hijuela, entre recetas y otros gastos suntuosos. Dejémoslo en catalepsia, si bien dentro de muy poco, quizá cuando usted esté leyendo estas letras, tampoco se podrá tratar por la Seguridad Social, aunque esa sanidad privada que tan brillantemente están organizando para todos nosotros esas almas misericordiosas que son los dirigentes del PP, seguro que lo cubrirá mucho mejor. Y más eficiente, dónde va a parar, sea el concepto de eficiencia lo que usted quiera adjudicarle al concepto de eficiencia.
Tiene además este cruel padecimiento un mal añadido que afecta al noble sentido de la visión. José K. ha experimentado en pellejo propio las consecuencias de tales alifafes. Se pierden los contornos, una bruma constante envuelve el objeto de la mirada y se desdibujan las siluetas. Así, por ejemplo, esta singular enfermedad logra que tenga la cara de Mariano Rajoy, más o menos, un señor que dice y hace hoy exactamente lo contrario de lo que dijo que iba a hacer sin que la vergüenza o el decoro hagan mella en su empedrado decir. Como tampoco puede ser cierto que sean el mismo señor aquel que fue ministro y nombró presidente de Telefónica a César Alierta y que ahora César Alierta le adjudica chollo y pasta, precisamente cuando el gran genio económico está siendo investigado en la Audiencia Nacional por haber logrado hundir, cuánto mérito, una entidad financiera de primer orden. Nunca teme Rato esa bola que tropieza en la red. Siempre, absolutamente siempre, cae en el otro lado.
Por no hablar, levanta la voz nuestro catatónico con cataratas, de que hace poco ha visto a un elegante caballero de poderoso mentón en una cara de hormigón armado, tan parecido a Artur Mas, que ahora, virgen santa, quiere hacer creer al respetable su amor por los desfavorecidos, apóstol seráfico de un proyecto social, hermano siamés de otro proyecto nacional parido a golpe de coimas y cercenamiento de derechos, ya ven, sociales. ¿Y hay oposición a todo esto, se pregunta? Rara, se contesta, que el mal también produce alucinaciones. Porque a un señor que se asemeja mucho a Alfredo Pérez Rubalcaba se le van difuminando los rasgos, como ocurre con los barrocos palacios de la siciliana Noto. Mientras, se aparece por detrás del proscenio un señor con blusón de mielero y cayado que proclama su absoluta fidelidad a ciertos libros sagrados del siglo XIX. ¿Y es posible, añade finalmente José K. ya animado cual si se hubiera trincado varias copas de cazalla, que no podamos meter en la coctelera de temas a tratar en los próximos años, ese de si queremos optar entre una república o seguir con este juego de tronos que estos días ha supurado toneladas de apestoso almíbar para intentar tapar con una mantita el gigantesco volumen de la montaña?
¿Solución? ¿Remedio? ¿Pócima salvadora? A José K., ya a parque abierto, olvidados los terrores nocturnos, no le arredran estas enfermedades difusas, y opta por la vía del raciocinio: ¡Más política!, grita. ¡Más política!, repite. Hay que despertar, aunque haya que pincharse con un tenedor de trinchar asados. Porque el camino que llevamos de desafección ciudadana, véanse las encuestas del CIS, animado por los falsos progresistas que tanto abominan de la política, nos va a llevar, irremisiblemente, a las fauces de la extrema derecha, aquella que en estas tierras parieron Onésimo Redondo y José Antonio y bendijeron al alimón un Ejército golpista y la Iglesia fanática y reaccionaria. Hoy, por lo pronto, una derecha insaciable nos arrastra a golpe de ignominia a las servidumbres y miserias anteriores al Estado de bienestar, concepto deleznable este que tratan de sepultar bajo toneladas de desvergüenza.
Corre por ahí una larga cita, adjudicada a Bertolt Brecht, aunque José K. no puede certificar autoría. Dice así: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
José K., más entonado tras estos chutes de adrenalina, aprovecha los últimos rayos de sol, todavía gratis, mientras se reafirma, una vez más, en la divisa de su acreditada ganadería: elogio del panfleto y reivindicación de la demagogia.
miércoles, 9 de enero de 2013
El final de la utopía. MAL MENOR

Con independencia de profecías catastrofistas, como el calendario Maya, o supersticiones más o menos arraigadas, 2013 marca el final de una utopía razonable (y realizada) como es la desaparición del Estado del Bienestar en Occidente. Desarrollado a partir de 1945 para superar el desastre de la Gran Depresión y la devastación de la II Guerra Mundial, el "pacto social" que mantenía un equilibrio moderado entre eficiencia económica, justicia social y libertad individual, se ha deshecho como un terrón de azúcar en una taza de café.
El capitalismo financiero, en un frenesí tan obsceno como nihilista, ha hecho saltar por los aires el Estado del Bienestar y su "economía social de mercado", dejando a millones de individuos en el desempleo, sin la más mínima cobertura y condenados a una muerte civil para la que no se buscan soluciones. De nuevo, como en la Gran Depresión de 1929, se insiste en orientaciones equivocadas, con recortes brutales que agravan más los problemas, en lugar de solucionarlos. Se vuelve a insistir en los sacrificios, en el "reparto del dolor" (muy desigual), que nos traerá la recuperación más temprano que tarde. Sin embargo, estas promesas se hacen con la misma convicción que las rogativas pidiendo al santo del lugar para que llueva: ninguno de los participantes en la procesión lleva paraguas.
Ante la depredación de puestos de trabajo, ahorros, prestaciones sociales, desahucios o reducción de pensiones la respuesta, a pesar de las numerosas manifestaciones, es perfectamente asumible por los detentadores del poder que, hasta ahora, no han variado ni un milímetro su hoja de ruta que no es otra que acaparar todas las parcelas de negocio, estén donde estén. En todo caso, los brotes de violencia, como reacción a tanto atropello, las víctimas los han dirigido contra sí mismas en forma de suicidios, incapaces de soportar un desamparo inimaginable no hace mucho tiempo.
Ante la evidente ruptura del "pacto social", la respuesta de las fuerzas de "izquierda" se concreta en un clamoroso silencio o en propuestas de escaso calado que atestiguan una lacerante falta de ideas. A estas alturas del drama son muchas las voces que piden un cambio en el discurso, que ofrezcan nuevos argumentos o que procedan a la refundación de la compañía.
Podría pensarse que el estado de miseria al que conduce la actual orientación de la economía hará que la clase trabajadora, el proletariado en términos marxistas, recobre su papel en la Historia, reactivándose nuevos procesos revolucionarios. Sin embargo, hace ya tiempo que el sistema demostró su capacidad de absorción, incorporando a la gran mayoría al proceso de consumismo, fomentando el individualismo, al tiempo que se facilitaba la indiferencia o el rechazo hacia organizaciones dedicadas, en principio, hacia la cooperación o defensa de los intereses colectivos, como los sindicatos, desactivando la implicación democrática de la ciudadanía. Para rizar el rizo, los símbolos revolucionarios —la imagen del Che, por concretar— fueron convertidos en mercancía de consumo de la sociedad que querían aniquilar. La doctrina marxista sostiene que el capitalismo lleva en su vientre una revolución que ha de protagonizar el proletariado. No obstante, los "partos" habidos hasta ahora han sido abortos o seres deformes (el estalinismo) y en los que la clase trabajadora —una vez más— ha sido sometida a la explotación del capitalismo de Estado por unas élites tan autoritarias como incompetentes.
Situados en este Fin de partida, las víctimas de esta nueva crisis sistémica, como en la obra de Samuel Beckett, se muestran cambiadas, mutiladas, por un proceso de regresión social de proporciones inimaginables. Su respuesta, de momento, se centra más en el desconsuelo que en la fuerza. Sin embargo, el caldo de cultivo para reacciones de todo tipo sigue macerándose y en un momento imprevisible puede facilitar la aparición del animal irracional que desde la noche de los tiempos vive aletargado en el interior del ser humano.
Teófilo Ruiz-Noticiasdigital.es
martes, 8 de enero de 2013
martes 8 de enero de 2013
"La impostura en política"
La impostura como "engaño con apariencia de verdad" es una práctica excesivamente utilizada por parte de los gobiernos, aquí tanto del Gobierno central como el de la Generalitat de Catalunya, cuando se proclama o se incluye en los programas lo contrario de lo que se lleva a la práctica y ello sin consultar a la ciudadanía sobre los referidos "cambios".

Enrique Fossoul.
Enrique Fossoul, secretario general de FSC-CCOO
Así hemos podido comprobar cómo el gobierno Rajoy, sometido al dictado de los mercados, la patronal, la UE o de la troika, estructuras todas ellas que no han pasado por "las urnas", ha puesto en marcha y ha impuesto una política de "austeridad" o "recortes", sobrepasando incluso las líneas rojas que se incluyeron en el programa de gobierno para las elecciones de 2011 o las que, por su parte, definió en el debate de investidura el propio Mariano Rajoy.
Todo ello lo hace justificándolo con vagas ideas , de su acervo cultural conservador, como que "los recortes de hoy son la inversión del mañana" o que se debe reconducir la situación porque "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" o lo que es lo mismo "que se han despilfarrado recursos públicos", falacias todas ellas que no explican a la ciudadanía la verdadera realidad en cuanto a sus intereses, no coincidentes con los generales de la sociedad, o sus ansias privatizadoras, ampliamente demostradas.
Y cuando se levantan voces que cuestionan estas "verdades" las tapan imponiendo su pensamiento único que da coherencia a sus actos y decisiones, o simplemente las ignoran, las acallan o las persiguen con todos los medios a su alcance.
Aunque la última moda es acudir a la tradición judeocristiana, de la que son buenos representantes, como han hecho recientemente el ministro Gallardón, aludiendo a que "en tiempos de crisis sólo se puede repartir dolor", cuando justificaba su imposición del "tasazo judicial" que dificulta o imposibilita a la ciudadanía a defenderse contra decisiones o sentencias que les perjudiquen y que quieran recurrir, dejando este derecho limitado a los que disponen de suficientes recursos económicos.
Un recurso dialéctico que nos recuerda al de aquellos "curas franquistas" que, ante las protestas de los que nada tenían y nada perdían, por ello, en la lucha, les "calmaban" con aquello de que "en el cielo todos seremos iguales"… infiriendo que solo teníamos que esperar a morir para lograr la plena igualdad y la completa felicidad.
Pues bien en nuestra Catalunya, las cosas no san tan explícitas en el terreno ideológico porque en CiU solo hay una pequeña componente judeocristiana. Todos sabemos cuál es. Pero hay otras formas de justificar la política de recortes impuesta por el gobierno Mas.
Ello con contradicciones evidentes cuando se han sufrido recortes en el sistema educativo o el sistema sanitario, o en las prestaciones sociales, congelación salarial y de plantillas en el sector público, todas ellas imputadas por el Gobierno Mas al "malvado" centralismo que le ha orientado o impuesto dónde recortar, pero que, demostrando su ejercicio de autonomía incrementa los recortes, por ejemplo como dos pinceladas, un 10% en 2011 y un 1,8% en 2012 en investigación, que han supuesto una caída de patentes en Catalunya del 23% desde 2009 o la pérdida de casi 5.700 empleos en las administraciones catalanas desde que comenzó a gobernar Artur Mas, con el consiguiente deterioro en la calidad de los servicios prestados.
Unos recortes que, iniciada "la gran marcha" hacia la independencia, varían en algunos aspectos como el rechazo a trasladar a Catalunya el pacto local que PP y PSOE están ultimando para "desinflar" el aparato político de las administraciones locales, para evitar la rebaja de los sueldos de los alcaldes, aludiendo a que éstos no pueden ni deben regularse por ley, mientras continúan recortando por ley los salarios de los empleados públicos catalanes, congelando o reduciendo sus plantillas, empeorando sus condiciones de trabajo y, en un último esperpento el señor Mas Collel ofrece a los sindicatos negociar una nueva congelación o reducción salarial para evitar "el dolor" de tener que ejecutar "más despidos".
Sí, en eso se parecen a las justificaciones del Gobierno central, pero en otras justificaciones son más graciosos, como cuando deciden subir algunos impuestos por "motivos de salud" como ¡el de los refrescos o bebidas con gas! o cuando lo referido a los sueldos de los regidores lo amparan en su capacidad de autogobierno.
Señores del gobierno sean ustedes un poco más serios y argumenten a las duras y a las maduras lo del interés general o lo de que estas medidas de hoy nos garantizarán un futuro mejor, porque en su caso no hace falta acudir a la religión, siempre pueden ustedes aludir a que "todo este sacrificio lo tenemos que hacer para alcanzar antes la independencia" y entonces como en el "cielo de los creyentes" todo se arreglará y volveremos a disponer de sanidad y enseñanza públicas de calidad, cubriremos nuevamente la dependencia, mejoraremos en protección social, las personas trabajadoras a su servicio dispondrán de salarios suficientes y condiciones de trabajo dignas…. y que la economía catalana se reactivará generando miles de puestos de trabajo. Es decir por favor prométanos sr Mas el cielo independiente y le seguiremos como los hebreos siguieron a Moisés hasta la tierra prometida.
Así hemos podido comprobar cómo el gobierno Rajoy, sometido al dictado de los mercados, la patronal, la UE o de la troika, estructuras todas ellas que no han pasado por "las urnas", ha puesto en marcha y ha impuesto una política de "austeridad" o "recortes", sobrepasando incluso las líneas rojas que se incluyeron en el programa de gobierno para las elecciones de 2011 o las que, por su parte, definió en el debate de investidura el propio Mariano Rajoy.
Todo ello lo hace justificándolo con vagas ideas , de su acervo cultural conservador, como que "los recortes de hoy son la inversión del mañana" o que se debe reconducir la situación porque "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" o lo que es lo mismo "que se han despilfarrado recursos públicos", falacias todas ellas que no explican a la ciudadanía la verdadera realidad en cuanto a sus intereses, no coincidentes con los generales de la sociedad, o sus ansias privatizadoras, ampliamente demostradas.
Y cuando se levantan voces que cuestionan estas "verdades" las tapan imponiendo su pensamiento único que da coherencia a sus actos y decisiones, o simplemente las ignoran, las acallan o las persiguen con todos los medios a su alcance.
Aunque la última moda es acudir a la tradición judeocristiana, de la que son buenos representantes, como han hecho recientemente el ministro Gallardón, aludiendo a que "en tiempos de crisis sólo se puede repartir dolor", cuando justificaba su imposición del "tasazo judicial" que dificulta o imposibilita a la ciudadanía a defenderse contra decisiones o sentencias que les perjudiquen y que quieran recurrir, dejando este derecho limitado a los que disponen de suficientes recursos económicos.
Un recurso dialéctico que nos recuerda al de aquellos "curas franquistas" que, ante las protestas de los que nada tenían y nada perdían, por ello, en la lucha, les "calmaban" con aquello de que "en el cielo todos seremos iguales"… infiriendo que solo teníamos que esperar a morir para lograr la plena igualdad y la completa felicidad.
Pues bien en nuestra Catalunya, las cosas no san tan explícitas en el terreno ideológico porque en CiU solo hay una pequeña componente judeocristiana. Todos sabemos cuál es. Pero hay otras formas de justificar la política de recortes impuesta por el gobierno Mas.
Ello con contradicciones evidentes cuando se han sufrido recortes en el sistema educativo o el sistema sanitario, o en las prestaciones sociales, congelación salarial y de plantillas en el sector público, todas ellas imputadas por el Gobierno Mas al "malvado" centralismo que le ha orientado o impuesto dónde recortar, pero que, demostrando su ejercicio de autonomía incrementa los recortes, por ejemplo como dos pinceladas, un 10% en 2011 y un 1,8% en 2012 en investigación, que han supuesto una caída de patentes en Catalunya del 23% desde 2009 o la pérdida de casi 5.700 empleos en las administraciones catalanas desde que comenzó a gobernar Artur Mas, con el consiguiente deterioro en la calidad de los servicios prestados.
Unos recortes que, iniciada "la gran marcha" hacia la independencia, varían en algunos aspectos como el rechazo a trasladar a Catalunya el pacto local que PP y PSOE están ultimando para "desinflar" el aparato político de las administraciones locales, para evitar la rebaja de los sueldos de los alcaldes, aludiendo a que éstos no pueden ni deben regularse por ley, mientras continúan recortando por ley los salarios de los empleados públicos catalanes, congelando o reduciendo sus plantillas, empeorando sus condiciones de trabajo y, en un último esperpento el señor Mas Collel ofrece a los sindicatos negociar una nueva congelación o reducción salarial para evitar "el dolor" de tener que ejecutar "más despidos".
Sí, en eso se parecen a las justificaciones del Gobierno central, pero en otras justificaciones son más graciosos, como cuando deciden subir algunos impuestos por "motivos de salud" como ¡el de los refrescos o bebidas con gas! o cuando lo referido a los sueldos de los regidores lo amparan en su capacidad de autogobierno.
Señores del gobierno sean ustedes un poco más serios y argumenten a las duras y a las maduras lo del interés general o lo de que estas medidas de hoy nos garantizarán un futuro mejor, porque en su caso no hace falta acudir a la religión, siempre pueden ustedes aludir a que "todo este sacrificio lo tenemos que hacer para alcanzar antes la independencia" y entonces como en el "cielo de los creyentes" todo se arreglará y volveremos a disponer de sanidad y enseñanza públicas de calidad, cubriremos nuevamente la dependencia, mejoraremos en protección social, las personas trabajadoras a su servicio dispondrán de salarios suficientes y condiciones de trabajo dignas…. y que la economía catalana se reactivará generando miles de puestos de trabajo. Es decir por favor prométanos sr Mas el cielo independiente y le seguiremos como los hebreos siguieron a Moisés hasta la tierra prometida.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)

